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Migrar no es un delito

Hablar de libertad es fácil cuando no eres tú quien debe cruzar fronteras con miedo. Los países que más presumen de valores como la igualdad y la democracia son los mismos que ponen trabas a quienes buscan un futuro mejor.¿Realmente existe la libertad si depende del lugar donde naciste?


La migración no es un capricho. Para muchas personas, es la única opción. En 2023, más de 114 millones de personas en el mundo fueron desplazadas a la fuerza, según ACNUR. Ya sea por guerras, crisis económicas o persecución, millones han tenido que abandonar sus hogares con la esperanza de encontrar un país que los acepte. Los migrantes no solo enfrentan barreras legales y burocráticas; también sufren la falta de empatía. En Estados Unidos, un país construido por inmigrantes, los discursos políticos siguen criminalizando a quienes llegan en busca de trabajo. Mientras tanto, en Europa, se refuerzan las fronteras y se endurecen las leyes de asilo. España, por ejemplo, ha duplicado las deportaciones en los últimos dos años, según datos del Ministerio del Interior, Esta política no sólo expulsa a quienes buscan una vida mejor, sino que también los expone a contextos de violencia, pobreza o represión. Organizaciones de derechos humanos han denunciado deportaciones a países inseguros, mientras que el miedo entre las comunidades migrantes dificulta su integración y acceso a derechos básicos. En lugar de proteger su dignidad, las políticas actuales refuerzan el cierre de fronteras.


A lo largo de los años, los estereotipos han sido la herramienta más efectiva para justificar el miedo hacia los migrantes. Si una persona proviene de América Latina, su nacionalidad se asocia rápidamente con la pobreza o el narcotráfico; si es africano, con la marginalidad; si proviene de Medio Oriente, con el extremismo.Estos estereotipos son falsos y limitan las oportunidades de quienes solo buscan una vida mejor. El impacto de estas generalizaciones es profundo: no solo afectan la percepción externa hacia los migrantes, sino también la manera en que ellos mismos se ven reflejados en una sociedad que constantemente les niega la dignidad que merecen.


Los migrantes son aceptados cuando se ajustan a un perfil conveniente: trabajadores callados, dispuestos a hacer el trabajo que los locales no quieren hacer. Por otro lado, cuando buscan integrarse de manera plena, reclamando los mismos derechos que cualquier ciudadano, se les percibe como una carga o un problema. Esto sucede en un contexto donde, irónicamente, sectores económicos clave, como la agricultura, la construcción y los servicios, dependen en gran medida de la mano de obra migrante. En Reino Unido, el 37% de los empleados en el sector salud son migrantes. En EE.UU., el 73% de los trabajadores agrícolas son nacidos en el extranjero. Entonces, ¿por qué se les trata como una amenaza en lugar de reconocer su aporte?


La migración se ha convertido en un tema recurrente en los discursos políticos, especialmente en épocas electorales. Se utilizan cifras y casos específicos para generar preocupación en la población, asociando la llegada de extranjeros con crisis económicas, desempleo o problemas de seguridad. Si la migración fue clave en su historia, ¿por qué ahora construyen barreras?


La historia nos recuerda que los países que hoy imponen barreras migratorias fueron, en su momento, grandes migrantes y colonizadores. ¿Por qué, entonces, cuando el flujo de personas se invierte, se levantan muros físicos y burocráticos? Este es un cuestionamiento que nos obliga a revisar las desigualdades y los privilegios históricos que siguen presentes en las relaciones internacionales.


La hipocresía es evidente: se llenan la boca con discursos de derechos humanos y libertad, pero levantan muros físicos y burocráticos para impedir que otros accedan a ellos. Mientras se celebra la diversidad en festivales y campañas publicitarias, en la vida real los migrantes siguen siendo víctimas de prejuicios, discriminación y violencia institucional.


La migración no es un problema que se resuelve solo con buenas intenciones; requiere cambios estructurales en las políticas y en la manera en que se construye el discurso sobre el tema. La verdadera libertad no debería depender del pasaporte que tengas. No basta con aceptar a los migrantes solo cuando conviene económicamente; es necesario reconocerlos como personas con derechos, historias y sueños. Es hora de exigir políticas que les brinden protección, oportunidades y un trato digno.


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