Reflejos de insignias
- María Fernanda Bocanegra Orozco
- 7 may
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Las columnas se alzaban con dureza, mientras los singulares árboles se mecían con gotas de agua. Ajustó su sombrero de ala corta e insignia dorada, caminando a la entrada del opaco recinto que frente a él se encontraba; se acercó con pasos livianos, deshaciendo los charcos que cubrían los suelos. No tenía pensado llegar hasta allí, especialmente con la nube de vapor en la que sangre y plomo les cubría; sin embargo estando allí, no encontraba el valor para dar marcha atrás, puesto que cumpliéndolo no se encontraría con la particular persona de uniforme negro y nariz respingada. Continuó su camino pisando las escaleras de mármol cenizo, dejando escurrir el agua de sus zapatos lisos en cada parada. Poco sabría de la razón de su llegada o de la complejidad macilenta de su cargo, que de uniforme blanquecino se revestía de falsa pureza cobrando las vidas humanas como un mercader sin conciencia. No se consideraba particularmente una persona de buen proceder, sin embargo, tampoco se consideraba la representación de la muerte, a la que su puesto tanto pareció requerir, creada en los delirios conscientes de un par de personas sin juzgar, aquellos que en su poder la ignorancia les encadenaba más.
Tomó el borde de su sombrero con su mano enguantada, inclinándose con premura ante las damas allí presentes que, con tocados hilados de plata, caminaban con gracia con sus vestidos de un verde telar. El recinto se velaba con la luz de candelabros de piedra, con racimos de extravagancia retocados de papeles con notas absurdas y risas contagiosas. Pasó por las esquinas trémulas de vida, contemplando el sulfuro que en ellas caía; Se detuvo en su contemplación, prefiriendo dirigir su mirada a la mesa de manteles bordados, encontrando un claro brebaje allí servido, sopesando la sombra de sus pensamientos. Sin mucha duda, digirió el líquido centelleante a las comisuras de su boca, poniéndose en camino hacia las puertas de ébano con delicadas incrustaciones de oro. Al salir, una prominente figura clamó, pasó ante sus ojos, haciéndose notar con una nariz respingada yunos rizos negros de ondulado caer. Al instante sintió que sus labios se curvaron con un fino velo de sentires prendiéndose a él.
—No pareces inclinado a pronunciar palabra en esta velada, capitán… ¿Qué le ha sucedido? —Le preguntó al viejo camarada que reposaba en una de las columnas opacas del sobrio jardín. Camino hacia una de ellas, apoyándose levemente en su firmeza, mientras observaba con sutileza el rostro joven pero inescrutable del hombre a su lado, quien a su vez le respondía con un fruncido de sus cejas rectas. Ante aquello, curvo sus labios y comenzó a jugar con los guantes en sus manos, ocasionando un suspiro sonante del capitán a su lado.
– No parece tener asuntos más urgentes si decidió permanecer aquí teniente– Expresó el capitán, con su voz profunda y oscura, contemplando las gotas de lluvia translúcida que caían de la nube ceniza que les cubría, mientras las cuencas negras de sus ojos le observaban con complejidad. Bajo su mirada ante la seca respuesta, levantando la tela blanca de su guante sobre el dorso de su mano, escuchando a su vez el golpeteo delicado de la lluvia contra el suelo.
—Tal vez… no podría decirlo con certeza. —Sin embargo, supongo que usted también, si aún permanece aquí —le contestó al capitán, que constaba de expresión ilegible, evitando su mirada con la obviedad de un correcto juez. Sintiéndose divertido dejó escapar una sutil risa evaporada con el eco del agua. Dejó escapar un suspiro, volviendo a fijar su mirada en el dorso de su mano. Pasaron algunos segundos, dejando que el aire tomará su palabra y moldeara con firmeza el paisaje oscuro frente a ellos.
–No ha dejado de pensar en ello, teniente, ¿me equivoco? –preguntó el hombre a su lado, mirándole de reojo, con la práctica mirada que tanto le caracterizaba. Consternado ante la pregunta sorpresiva, un leve sobresalto le envolvió, soltando la cadena de sus fugaces recuerdos. Dejó escapar aire de su boca, soltando a su vez el borde liso de sus guantes.
—¿Cómo podría hacerlo?...aunque siendo sincero, no esperaba que le diera importancia. —Declaró al capitán, dirigiendo su mirada a la poca expresión que este exponía, para enseguida eludirla, dibujando con los ojos las líneas fundidas del suelo, similares al carmesí de sus recuerdos. Sintiéndose amargado, consideró acariciar la insignia revestida de oro en sus manos.
–No le tomaría importancia… si no fuese usted quien lo dijese –Las palabras del capitán flotaron en el aire con sonido murmurante y peso ligero, aún si su vista reposaba en la fuente antigua del jardín.Con cada palabra pronunciada, su interior se envolvió con acero y seda, ante la sensación curvo sus ojos y se levantaron sus labios, Se irguió entonces con desidia y abrochando con cuidado la manga de su blanco uniforme dio juguetones pasos hacia adelante.
–Si es asi entonces no le tomaré más tiempo, tenga cuidado con la lluvia y no se olvide de su paraguas, volveré a verlo entonces capitán–Se dirigió a él, que en su porte severo de uniforme negro contemplaba las gotas que salpicaban el pastizal. Encontrándose frente a frente, se inclinó levemente, reiterando con la boina y sus dedos la cortes acción. Contempló las pupilas negruzcas intrincadas y la extraña curva que en el entrecejo de estas se mostraba. Un menudo silencio les cubrió en el momento, dejando sus dos miradas elevadas en el solaz de la mudez.Pasados pocos segundos, se dispuso a partir, dejando atrás el encuadre de un hombre frugal y el eco de un recuerdo lúgubre.
Hola, Fernanda, esta historia es una de las mas lindas que he leído, cada palabra me llegaba y me llevaba a otro lugar como si fuese una especie de sueño que me consume en lo mas profundo del ser.
Esta historia tiene varios toques de, incógnitas e imaginación de verdad que es muy profunda.
Eres una gran escritora te mando saludos.
ATT: Celeste g.f.