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El corazón de la hoja

Febrero rugía con brisa que quema, 

voces ajenas flotan dispersas,

almas en sombras, susurran sin calma.


Pasillos infinitos de aires indiferentes, 

rostros juzgan dolientes,

y su corazón late, errante y latente.


Entre rima y enigma, un cruel paradigma,

de a poco se anima, con pasos furtivos se arrima.

Por centésima vez, lo echan con prisa, 

flor marchita, su llama se va con la brisa.


Vocifera al cielo nublado: “estrella fugaz, guíame a aquel hermoso lugar,

donde un día las flores marchitas fueron un rosal”. 

Un grito desesperado, nadie lo había escuchado,

él seguía buscando una luz que lo dejara cegado.


“Las líneas en mi cuerpo se hacen cada vez más visibles.

Espejo roto tergiversa mi mirada.

Recuerdos que se lleva el tiempo…

muero por no dejarlos ir”.


“¿Acaso pude ser la luna ese 28 de junio?

Lejana, condenada a observar desde lo alto.

Esa noche el mundo siguió girando…

y yo me quedé atrás”. 


“Me hubiera gustado verte una vez más.

Una sola vez…

abrazar tu sombra aunque doliera,

inventar la despedida que nunca existió”. 


“Si solo pudieras saber cómo es en verdad.

Peleo para ser lo que esperan,

porque ya olvidé quien era yo”.

 

Empieza a trastear, la cejilla se afloja, 

“¿Cuándo volverás?

(...)

Ahora sé que es cierto

¿En serio creíste que era especial?

¿O solo querías que lo creyera yo?”


“No me dejes solo, 

fiebre solar, quiero sentir de nuevo el calor de antaño.

Las cuerdas suenan rotas,

la cejilla se suelta, 

Silencio…” 


“Qué estás haciendo aquí,

tan cerca que te puedo tocar.


El corazón de la hoja temblaba en su palma,

ahora por el ferviente reflejo carmesí.

Nadar contra corriente es morir lentamente,

yo solo quiero ser libre…


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