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De vez en cuando escucho sus voces…

Aquellas voces que antes me daban vida,

ahora solo me traen agonía.


De vez en cuando escucho sus voces…

Como susurros rasposos, fríos,

con el alma que jamás tendré,

suspirando versos de trova.


Ponte a escuchar.

Sé que no debí callarlas,

no debí dejar caer rojo

en sus vestidos de franela.

No de esa manera…


Pero ellas ya no eran mis hijas.


Osaron a pensar,

y a devolver el golpe.

No me dejarían seguir con la tortura.

Y todavía escucho sus voces.


Mi esposa me advirtió de todo,

me rogó, lloré…

Pero ya está.


Y yo,

de vez en cuando,

sigo escuchando sus voces:

sus dulces

y negras voces.


Y cuando el silencio cae,

ellas bailan en mi mente,

descalzas sobre el eco

de una culpa ardiente.

No importa cuán profundo cave,

sus sombras siempre me encuentran.


El espejo ya no me refleja,

solo muestra sus ojos sin parpadear.

Y en cada rincón de la casa,

sus risas marchitas me quieren quebrar.

Yo no descanso,

ellas no perdonan.

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